Antonio Donghi. Donna al caffè


Paseaba yo hace unos días por el museo Cà Pesaro, en Venecia, cuando me sorprendió la obra de un autor que no conocía. Se puede pensar que no es sorprendente que te sorprenda algo en un museo de arte moderno, pero eso está cada vez más lejos de la verdad. A mi hace tiempo que el arte destinado exclusivamente a sorprenderme ha dejado de hacerlo. Y como en muchos casos esa es su única finalidad, ya no tiene absolutamente nada que ofrecer.

Afortunadamente, no sólo de instalaciones, performances, audiovisuales y abstracciones viven estos museos (atención, a algunas de estas obras sí les encuentro sentido, pero son pocas, la verdad, así que permítanme la generalización).

El museo Cà Pesaro no es grande, tiene el tamaño justo para acoger ciertas obras importantes y no hacerse pesado, ni tener que rellenar espacios vacíos. La colección ocupa una sóla planta del palacio, en la que puedes disfrutar con obras de Rodin, Chillida, Klimt, Kandisnky, Klee, Picasso o De Chirico. Así que como no se tarda demasiado en ver, me tomé mi tiempo en ver cada obra. Después de haber estado un rato admirando una gran obra como es Cosiendo la vela de Joaquín Sorolla (grande también por su tamaño, ya que es un lienzo de 3 x 2,2 m) concluí que ya había alcanzado el nivel de satisfacción suficiente para dar por bien pagada la entrada.

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«Cosiendo la vela».  Joaquín Sorolla (1896)

Pero aún así, esto no constituyó una sorpresa. A nadie sorprende quedarse un rato extasiado delante de las telas y las luces mediterráneas de Sorolla.

La sorpresa me esperaba en la siguiente sala, en la esquina junto a la puerta de acceso, probablemente el lugar que pasa más desapercibido. Sobre todo en una sala dedicada a la pintura italiana de los años 30, muy influenciada por la retórica y el historicismo heroico del régimen fascista, con obras de gran tamaño, fuerza y dramatismo.

Y en esa pequeña esquina (a la derecha de la puerta según miras el cuadro) se encontraba, tranquila y en silencio, la Donna al caffè de Antonio Donghi.

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«Donna al caffè». Antonio  Donghi (1932)
Con una técnica exquisita, Antonio Donghi pinta la cotidianeidad dotándola de la atmósfera sutil, tranquila y, a la vez, inquietante del «realismo mágico». Frente a los movimientos de la época, en busca de la abstracción, retorna a la figuración hiperrealista. Como es lógico, la imagen no hace justicia. Al ver el original se percibe la perfección del color y de los degradados, que le dan esa atmósfera difusa sobre la cual la destacan los motivos geométricos.
Pero no son motivos técnicos o estilísticos los que me llevaron a quedar cautivado por la imagen durante un indeterminado periodo de tiempo (y volver, antes de salir definitivamente del museo porque me invitaban educadamente a irme). Fue la sensación de que la Donna estaba allí, esperando por su café mientras veía pasar a la gente que se paraba, pero no para hablar con ella, sino con Kandinsky o De Chirico.
Una cierta sensación de empatía.

El Negozio Olivetti en Venecia, de Carlo Scarpa

Escribía con gran acierto el maestro Bruno Zevi en su «Saber ver la Arquitectura» que lo que diferencia a ésta del resto de las Bellas Artes es el espacio, ya que sin él no existiría. Incluso afirma que el Partenón no es arquitectura, ya que no recoge un espacio interior. Bajo mi humilde punto de vista, si bien eso es cierto, la realidad es que aunque no defina un espacio habitable en su interior (sólo para un dios, pero por lo visto, para él ellos no cuentan), sí modifica y categoriza el espacio que le rodea, por lo que debe de ser considerado arquitectura.

Como curiosidad, si hacéis una búsqueda en la web de imágenes de portadas de distintas ediciones de este libro encontraréis que la de la editorial Poseidón muestra en la portada precisamente el Partenón, lo cual significa que no sólo no saben ver la arquitectura, sino que no se han leído el libro que publican (o no saben lo que es la lectura comprensiva)… y ni siquiera se han dado cuenta de que no es un templo dedicado a Poseidón.

Hablábamos del espacio como el leitmotiv de la arquitectura y la primera imagen que me viene a la mente es el Pantheon de Agripa en Roma, que es espacio en si mismo, un colosal y maravilloso espacio. Pero esta es sólo mi primera imagen, cada uno tendrá la suya, y hay ejemplos de todo tipo: la Catedral de Sevilla, el gran vestíbulo de la estación Grand Central en New York, la maravillosa iglesia de Sant’Andrea al Quirinale en Roma de Bernini, la Gran Sala de Polícromos de las cuevas de Altamira o la Galería de los Espejos de Versalles.

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Grand Central Station. New York.

Pero todos estos ejemplos tratan de espacios imponentes y magníficos que tienen un sentido representativo o espiritual, o ambos.

La reforma del Negozio Olivetti, proyectada por Carlo Scarpa y terminada en 1958, es una maravillosa muestra de cómo la gran arquitectura, la de los espacios trascendentes, también puede encontrarse en lugares pequeños y (aparentemente) vanales, como un establecimiento de venta de máquinas de escribir.

El lugar donde se encuentra, la plaza de San Marcos de Venecia, no es el más indicado para llamar la atención mediante artificios, ya que el público tiene edificios más «importantes» a los que atender. Millones de personas pasan cada año por delante de la tienda sin imaginar siquiera lo que tienen a su alcance. Pero es precisamente ésto lo que se pretende, la belleza natural de lo intrascendente, desde la humildad de quien sabe dónde se encuentra y qué se espera de él y desde el cuidado del detalle frente a la exuberancia.

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Soportal de la Plaza de san Marcos desde el interior.

Estamos hablando de un volumen de 21 metros de profundidad, 5 de anchura y 4 de altura aproximadamente. Un espacio realmente angosto en el que trabajar. Parece que sería necesario reducir los elementos volumétricos al mínimo y desplazarlos hacia las medianeras, y abrir toda la superficie de fachada a la plaza ¿verdad? En lugar de ello el proyectista opta por enfatizar el eje central colocando en él la impresionante escalera, que se convierte en el elemento más importante, y una escultura de grandes dimensiones de Alberto Viani, además de convertir el pilar central en un elemento principal, en lugar de tratar de esconderlo, y abrir sobre él la doble altura que comunica las dos plantas.

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Vista del eje central desde la planta primera, sobre la escalera.

El hueco central desplaza las comunicaciones y los pequeños espacios expositivos a los dos lados largos, totalmente cerrados al exterior. Esta disposición y el diseño de los elementos del pilar consiguen que los pasillos parezcan flotar, a pesar de su masividad. No trata simplemente de utilizar la estructura para su propósito, sino que la dignifica, separándola de los elementos que sustenta y dotándola de un diseño específico.

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Detalles del encuentro de la estructura vertical y horizontal.

En torno a este hueco, la planta superior es practicamente ciega al exterior. Ignora la plaza para volcarse al interior y para no distraer la mirada, en un gesto intimista. El día de la visita, tras la amenaza de «aqua alta» del día anterior, fue soleado y la plaza estaba llena de gente. En cambio, yo estuve más de media hora en el interior y me crucé con 4 o 5 personas (y os aseguro que no es tan grande como para perderse). Posiblemente esto, junto a la música suave, influyó en la percepción de esta atmósfera, como una burbuja de calma entre el ruido de los turistas.

La suave iluminación se consigue mediante elementos encastrados en las paredes con un vidrio traslúcido, verticales y horizontales y de dimensiones diferentes entre si, que caracterizan cada zona dependiendo de lo que se pretende mostrar (largos elementos horizontales sobre las colecciones de máquinas de escribir o franjas verticales en zonas de paso).

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 Vista de la planta superior

Las ventanas ovales que dan a la plaza se componen de marcos y celosías de madera de palisandro y teca y colocadas a media altura y alineadas con las luminarias de pared, de forma que no se trata de un elemento de contemplación del exterior, sino de iluminación y de diseño.

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Ventana a la plaza de San Marcos

La organización del espacio está, por tanto, ligada a la forma longitudinal y al vacío que la recorre, pero el elemento protagonista, desde el momento en que pones el pie en el interior, es la escalera. He desarrollado el post en sentido inverso al del recorrido habitual, de arriba a abajo, para que la imagen de la escalera no dejase de lado la importancia de la estructura o de la iluminación.

Está construida con piezas individuales de marmol, todas ellas diferentes, y, a pesar de su masividad, parecen flotar. Esta masividad y las formas angulosas la convierte en una imponente pieza escultórica. La escalera es, evidentemente, el núcleo de comunicación vertical, pero su tamaño y su presencia la transforman en la pieza más importante, en el foco de todo el espacio.

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Vista de la escalera y detalle.

La visita al Negozio Olivetti es una de las grandes olvidadas por el turismo que visita (o arrasa) la ciudad de Venecia. Por un lado es una pena que tanta gente ignore siquiera su existencia, pero por otro lado, ¿qué ocurriría si hubiese grandes colas para verlo, como en la basílica? ¿Os imagináis a la guía de un crucero, paraguas en alto, dirigiendo a un grupo de 50 señoronas rusas….? No, no, no….
Mejor que se quede como está. Si queréis visitarlo, con calma y en silencio, como si fuese un espacio de otra dimensión en el que todo va más lento frente a la vorágine del exterior… ¿o quizá realmente lo es?

Para saber más: http://www.negoziolivetti.it/

* Todas las fotografías son obra del autor. En el caso de que alguien las quiera utilizar, adelante. Se agradecería en cualquier caso que se avisara con anterioridad y se nombrara al autor. Gracias.