Cada vez que entraba en esa habitación los ojos se le iban sin remedio a esa atestada estantería.
Con apenas 10 años sabía que no debía tocarlos, que eran muy frágiles, pero la tentación era muy fuerte. Aprovechando que él no estaba se subía a la cama y los tocaba, pasando los dedos por los lomos, como si fuera un piano.
Unos estaban nuevos, otros tenían las esquinas gastadas: llevaban una vida mucho más intensa. De vez en cuando aparecían títulos diferentes. Algunos tenían una funda de plástico, la fruta prohibida.
Leía una y otra vez: La Canción de Juan Perro, Rattle and Hum, Kiss me, Kiss me, Kiss me… acariciando las letras.
Un día la tentación fue mayor que la responsabilidad. Quizá había escuchado esa Love Song en la radio y necesitaba “ver” Pictures of You o La Estatua del Jardín Botánico. Ese día, cuando levantó la aguja y la posó con cuidado sobre el vinilo comenzó a poner banda sonora a su vida.
Años después, cuando, acompañado por la mujer de su vida, cruzaba conduciendo el puente de Brooklyn, escuchaba en su cabeza Hey Manhattan!. Y sonreía.
*Este micro relato está basado en hechos reales. Las dos personas, además del protagonista, que aparecen en él lo saben, o deben saberlo. A ambos: Gracias!!
**Puede parecer que este post no tiene nada que ver con la temática del blog, pero en realidad tiene mucho que ver. Trata de cual es el Patrimonio de cada uno y de como debemos entenderlo. Uno de los míos es la música. ¿Cuál es el vuestro?
***El relato forma parte del curso «Nuevas Estrategias para salvar el Patrimonio Cultural» de la Universidad de Valladolid. La primera estrategia se basa en saber qué es para cada uno el Patrimonio… así que a ponerse a ello.